«Es la hora de dejar las cosas infantiles», decía Brooke Shields con apenas 16 años a la vez que se vestía con unos pantalones vaqueros y justo antes de chuparse el dedo ante la cámara. La campaña publicitaria de televisión rodada por Richard Avendon para Calvin Klein fue tachada de pornográfica (‘soft-porn’) en su momento a la vez que multiplicaron por diez las ventas de vaqueros de la firma. Conclusión para sorpresa de nadie: el sexo infantil vende.

Digamos que el episodio de los pantalones ocupa el tercer acto del documental ‘Pretty Baby: Brooke Shields’, de Lana Wilson y recién presentado en el Festival Sundance (primero fue en su versión presencial y ayer mismo en ‘online’).

A lo largo de algo más de dos horas, el espectador es enfrentado al relato pormenorizado de una vida entregada (y explotada) a lo que se podría llamar la cultura de la sexualización infantil como una ‘rama’ derivada y algo más truculenta de la conocida como cultura de la violación. Ella fue, como se escucha en un momento dado, «la versión nuclear de alguien sólo juzgado por la apariencia».

Hablamos, para situarnos, de una mujer que hoy tiene 57 años -empresaria y madre de dos hijas-y que hizo su primer trabajo para un anuncio con apenas 11 meses. Hablamos de la protagonista con 12 años cumplidos de la película ‘Pretty Baby‘ (1978) de Louis Malle donde encarnaba a una prostituta-niña paseada entre los clientes en una parihuela, como si de Cleopatra se tratara, en la subasta de su virginidad.

Hablamos de la niña que, poco después, al cumplir los 15, fue sometida a un rodaje en una isla perdida en la Fiji por un director, Randal Kleiser, empeñado en convertir la película ‘El lago azul’ (1980) en un ‘reality show’ de la pérdida de, otra vez, el virgo. Hablamos de la cría que con 16 fue literalmente maltratada por Franco Zeffirelli en ‘Amor sin fin’.

La cinta, estructurada en dos partes, tiene mucho de ajuste de cuentas -de catarsis, quizá-. En ella, la propia Shields desgrana ante la cámara su perplejidad de entonces, su lucha por huir de su pasado que le ha guiado en cada una de las terapias y su aceptación presente de sí misma. De paso, y esto es lo relevante, la película acierta a convertirse en una cruel y transparente radiografía del sexo como márketing y de la mujer como mercancía. Como dice una de las entrevistadas

La parte más publicitada de ‘Pretty Baby: Brooke Shields‘ llega en la segunda parte. Son apenas cinco minutos del larguísimo metraje. Y, apurando, se podría decir que no pasa de anécdota. Pero, obviamente, una violación, de eso se trata, nunca lo es. Shields relata cómo al acabar sus estudios en Princeton aceptó una entrevista en Los Ángeles para retomar su trabajo en 1987. «Se abrió la puerta y él apareció desnudo», dice sin identificar al agresor con el que, pasado el tiempo, intentó ponerse en contacto sin recibir respuesta. Cuenta que temía ser ahogada y que quedó congelada. «Sentí que me disociaba de mi cuerpo», relata emocionada. «Pensé que un ‘no’ debería haber sido suficiente. Pensé: ‘Mantente con vida y sal’… Y simplemente me callé». Ella confiesa que ni siquiera tuvo consciencia de que se tratara de una agresión sexual y hasta llegó a sentirse culpable.

En alguna entrevista previa a la proyección de la película, Shields ha lamentado que la película entera pueda quedar reducida a esa violación. Pero, por otro lado, dice, «lo entiende». Lo cierto es que ese fragmento se antoja hasta cierto punto el precipitado o consecuencia cruelmente lógica de todo lo visto. Como reflexiona una de las entrevistadas, hasta los setenta, el patrón femenino que había estado en el mercado de la imagen respondía al modelo voluptuoso de Marilyn Monroe. Con la llegada de la segunda ola del feminismo, la exigencia tóxica de manipulación y dominación pasó de la mujer curvilínea a las líneas rectas de la adolescente tipo Lolita. Lo que se mantuvo es la relación de sumisión al hombre, primero de la mujer adulta y, cuando ésta se rebeló, de la mujer-niña. Y aquí, Brooke Shields fue el patrón oro.

El documental polemiza con el papel jugado por la madre alcohólica Teri, acusada hasta la extenuación de explotar a su hija. «Ella solo quería una vida mejor para las dos y lo estábamos consiguiendo», dice la actriz. Y desde ahí traza líneas con cada una de las relaciones que han ocupado un lugar en la vida de Shields. Sorprende el momento en que se relata cómo el tenista Andre Agassi destrozó todos sus trofeos en un acceso de ira tras verla en un capítulo de la serie ‘Friends’ donde actuó como invitada. Mueve a la hilaridad la polémica que mantuvo con Tom Cruise que, como maestro cienciólogo, acusó agriamente a Shields de tomar drogas para curarse la depresión posparto. Y vuelve a extrañar la extraña relación que mantuvo con Michael Jackson.

Y entre medias, Shields descubre y explota su vis cómica en la serie ‘De repente, Susan’; Shields se convierte en una admirada escritora de ‘best-sellers’; Shields discute con sus dos hijas (ninguna de las dos ha visto sus películas más polémicas) de feminismo; Shields posa a los 57 años para una nueva sesión de fotos. Pero esta última ya es otra Shields.