El presidente de Ucrania, Zelenski, asegura que «unos cien» civiles han sido evacuados con éxito. Se cree que hasta un millar de personas, muchas civiles, se refugian en la fundición de Azovstal. Ayer por la tarde, Naciones Unidas confirmó la salida de un primer contingente de 46 personas, en su mayoría mujeres y niños, que llevaban semanas viviendo en el infierno de Mariupol.
Fue la culminación de días de intentos frustrados de sacar a los civiles de unas instalaciones completamente sitiadas y bombardeada intensamente hasta hace pocos días, en una de las principales localidades portuarias ucranianas.
Apenas cuatro kilómetros de acería controlan las fuerzas ucranianas en Mariupol. El resto de la ciudad está en manos de soldados rusos, apoyados por brigadas separatistas ucranianas y unidades de soportes chechenas. Un precario alto al fuego auspiciado por la ONU permitió llevar a cabo las evacuaciones, que comenzaron el sábado con la llegada de un contingente humanitario coordinado por el Comité Internacional de Cruz Roja.
Antes del inicio de la invasión vivían en Mariupol cerca de 450.000 personas. Al menos 20.000 han muerto en el marco de la ofensiva rusa, según fuentes oficiales ucranianas -un número difícil de contrastar dadas las circunstancias-. Se estima que, además, unas 100.000 personas permanecen en Mariupol, viviendo en una situación precaria. Rusia se abalanzó sobre Mariupol no solo con ánimo revanchista -en 2014 las tropas ucranianas frenaron una intentona separatista-, sino para afianzar su dominio en toda la franja costera del mar de Azov, entre la rebelde Donetsk y la península de Crimea.
Cualquier atisbo de paz es un espejismo. La ofensiva rusa en el este de Ucrania sigue adelante. Por el momento, los soldados ucranianos tratan de contener los avances rusos, que vienen precedidos de intensos bombardeos de artillería, con repliegues y contraataques estratégicos. No siempre surte efecto, pero el armamento recibido de Occidente y la táctica de guerra de guerrillas planteada por los ucranianos, tendiendo emboscadas a los pesados convoyes rusos, ha acabado con la guerra relámpago.
Esta realidad no implica que Moscú haya perdido su capacidad de golpear adentro en la retaguardia.
Ayer, Kiev confirmó que bombardeos rusos habían inutilizado la pista de despegue del aeropuerto de Odesa, una de las bases que, según Rusia, se estaban empleando para el traslado de armamento a Ucrania. En uno de sus discursos, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski prometió reconstruir el aeródromo: «Odesa jamás olvidará el comportamiento de Rusia».
No lejos de la urbe costera se amasan las tropas rusas. Fuentes del ejército ucraniano aseguran que Moscú ha ordenado a sus efectivos acumular piezas de artillería y tropas en las lindes de Jerson, la única ciudad relevante ocupada desde el inicio de la ofensiva rusa. El siguiente objetivo, creen, es Mykolaiv. Su situación es estratégica. Si logran tomarla, ensancharán el frente hacia Krivói Rog, una de las poblaciones que actúa de puerta hacia el corazón de Ucrania.
El mismo líder ucraniano Zelenski confirmó que alrededor de un centenar de personas habían sido evacuadas de Mariupol. Fue una pequeña buena noticia en medio del desastre. El anuncio llegó pocas horas después de una noticia inesperada: la visita de más alto nivel de EEUU a Ucrania desde el inicio de la invasión, encarnada en la figura de la portavoz de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
El viaje de Pelosi confirmó una idea crucial que puede cambiar las tornas de esta guerra: Occidente, y en especial EEUU, están dispuestos a poner toda la carne en el asador para lograr la victoria ucraniana. Ya se atisbaba esta decisión la semana pasada, cuando delegados de 40 países se reunieron en una base estadounidense en Alemania para, en palabras del secretario de Defensa de EEUU Lloyd Austin, «movernos a ritmo de guerra». De acuerdo con su análisis, Ucrania tiene opciones de ganar la guerra.
Esto se traduzco, el pasado jueves, en la aprobación en EEUU de una moción para permitir a Joe Biden invocar una Ley de Préstamo de 1941, aprobada entonces para agilizar las transferencias de armas para combatir a la Alemania nazi. Aparte, la Casa Blanca solicitó al Congreso 33 mil millones de dólares (31.300 millones de euros) adicionales para proporcionar más armamento al ejército ucraniano durante los próximos meses.
El apoyo militar ya va más allá de la munición de artillería, las armas antitanque o los drones suicidas. Aunque Occidente sigue sin satisfacer sus demandas de cerrar el espacio aéreo, Kiev espera la llegada de tanques antiaéreos Gepard procedentes de Alemania.