El deseo de los Ñuu Savi es que este año de verdad podamos hablar, cantar, llorar, reír en tu’un en cualquier espacio público o en los medios de comunicación. No es mucho pedir para una lengua que trae enormes grietas culturales.
El deseo de los Ñuu Savi es que este año de verdad podamos hablar, cantar, llorar, reír en tu’un en cualquier espacio público o en los medios de comunicación. No es mucho pedir para una lengua que trae enormes grietas culturales.

Por Kau Sirenio

Twitter: @kausirenio

GUERRERO.- Las nubes cobijaron las montañas con su blanca sábana que se fue extendiendo por toda la nación Ñuu Savi que luce potente ante el mundo. Sin embargo, cuando el sol levantó el manto se pudo mirar en cada pueblo donde las madres lloran cuando ven partir a sus hijos hacia los campos agrícolas o a Estados Unidos, y éstos regresan enfermos o en un ataúd. Este dolor hizo que gruesas lágrimas rodaran entre las ramas de los árboles que se mantiene a pie a pesar de que sus raíces cada día se van secando.

La vida es así en la montaña, acá no hay hay fiesta, alegría ni abrazos porque todos los días, meses, años, los hijos de la lluvia vuelan como hojas sin rumbo en busca de nueva tierra fértil donde echar raíces, pero en ese intento se toman con enfermedad, muerte y clasismo que no se ha desterrado en el mundo.

En la costa ni siquiera se alcanza a mirar la nube que rodea las altas montañas porque la temperatura es muy distinta. Acá la pobreza y migración cobra vida y separa familias como si los nietos de Una Yisu (Ocho Venado) hubieran sido condenados a migrar para sobrevivir, en ese intento gotas de lluvia cayeron en el desierto pero no es suficiente para germinar nuevas semillas Ñuu Savi (Pueblo de la Lluvia).

Antes de llegar a Ñuu Ndiko Yùu (Pueblo de piedra afilada), conocido en Náhuatl como Cuanacaxtitlán, en una lengua bastarda que los Na Savi usaron para resistir desde el territorio de Tàa Maxi Vilu (Señor Gato tímido), porque ni los mexicas ni los españoles pudieron expulsarlos a pesar de las adversidades que han padecido, pero están ahí en el territorio Ñuu Savi.

El Sol aún no se atrevía a mostrar otra mirada de la amargura, pero el reencuentro con un compañero de infancia, un hombre de mediana estatura, enjuto por el ajetreo de la vida, pero él estaba ahí, me saludó efusivamente y platicamos; sin embargo, la charla se alió del Sol para deshacer la poca felicidad que me invadía.

“No, loco, aquí está cabrón, aquí vives al día porque no hay trabajo y si nos atrevemos a quedarnos en el pueblo no creo que vivamos mucho tiempo. Es por eso que migramos a buscar cómo sobrevivir”, me dice mi excompañero de la escuela primaria Vicente Guerrero, en Ñuu Ndíko Yùu/ Cuanacaxtitlán.

Quise hacerle muchas preguntas pero al volver a escuchar la misma historia que me expulsó de mi pueblo hace 36 años no me quedó de otra que tragar mi saliva. No es para menos, en aquellos años caminé casi cinco horas para tomar el primer transporte que me llevó al Puerto de Acapulco, donde viví como extraño y negando mi identidad para no ser tratado con indiferencia.

Solano, así se apellida mi compañero, me puso al tanto de lo que pasa en el pueblo y en el municipio, donde los jóvenes se pierden por falta de oportunidades académicas, laborales, espacios recreativos: deporte y cultura. En esta cabecera municipal, San Luis Acatlán, donde nació el comandante revolucionario Genaro Vázquez Rojas, las desigualdad, discriminación y clasismo es enorme.

Aquí, podemos contar con los dedos de la mano los caciques que se enriquecieron gracias a la explotación de los jóvenes indígenas que desafiaron la pobreza para estudiar la secundaria y bachillerato. Consiguieron ser profesionistas, pero no han superado sus traumas y se han convertido en los peores clasistas dentro de la nación Ñuu Savi, porque así los blanquearon los caciques de San Luis Acatlán.

“Mira, loco, si no encuentro cómo mejorar mi situación volveré de nuevo a Los Cabos San Lucas, porque aquí no hay nada bueno, más que resistir en la miseria. Esto es lo que encontramos en las comunidades Ñuu Savi”, dijo como a manera de despedida.

Después de que se marchó Solano, que por cierto fue compañero en la Escuela Secundaria Técnica No. 89 República Francesa, hice una retrospectiva en el mundo Ñuu Savi y me di cuenta que los Na Savi, aunque nos expulsen de nuestro territorio seguiremos siendo los mismos, pero no así con nuestra forma de ver e interpretar al mundo, porque nuestra realidad está en Tu’un Savi, idioma que nos permitió conocer el pasado de nuestras abuelas y abuelos.

Todo esto viene a colación porque en enero de 2022, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas en el mundo, sin embargo, el Estado mexicano aún no establece estrategias para resguardar la memoria de los pueblos indígenas, menos de la nación Ñuu Savi.

Las buenas intenciones de organismos internacionales serán buenas si vienen acompañadas de políticas públicas acorde con las necesidades de los Na Savi. Si esto no ocurre, duele decirlo pero el Sol con sus imponentes rayos me hace mirar el sepelio de Tu’un Savi, no deseo que esto suceda, pero el Estado mexicano quiere que México se castellanice y se “desindianice”.

El deseo de los Ñuu Savi es que este año de verdad podamos hablar, cantar, llorar, reír en tu’un en cualquier espacio público o en los medios de comunicación. No es mucho pedir para una lengua que trae enormes grietas culturales.